«De cien escritores holandeses de feria en Barcelona sólo habría aceptado venir una decena, los otros estarían escribiendo«¿Tiene un gobierno que dar premios y distinciones? ¿Está autorizado para decir que ciudadano es relevante y cuál no? En una situación de guerra o reconstrucción puede que sí, por ejemplo para alentar la resistencia o el trabajo. Pero en tiempos normales no debe hacer eso con los ciudadanos. Todos y todas son y deben ser iguales. Transcurridos treinta años desde las primeras elecciones democráticas, el Gobierno de la Generalitat, extensible al español, debe dejar de hacer diferencias y cerrar de una vez el tiempo de concesión oficial de cruces, medallas y prebendas en general. No es lo propio de un gobierno democrático. Es lo propio, por ejemplo, y con todo respeto, de una iglesia, una orden militar o cualquier otra corporación en las que la jerarquía, el mérito o el honor sean valores claves de su funcionamiento.
Sólo excepcionalmente, por un acto o servicio singularísimos que representen una aportación colectiva y cuenten de antemano con un consenso, es concebible que un gobierno en situación de normalidad otorgue un premio o asigne una distinción a individuos o instituciones particulares. Hacerlo con regularidad no es ético ni es estético, por solemnidad y tradición que les amparen, y aunque otros países hagan lo mismo. No existe base alguna para que el Estado o los gobiernos autónomos y locales digan: fulano es mejor que los demás (salvo en las oposiciones, que tienen, su jurisdicción pública). Sobre estos asuntos ya están las academias, como la Nobel, la de la Lengua Española o el Institut d’Estudis Catalans, por ejemplo. O fundaciones, revistas, ONG, colegios profesionales… Pero ¿el Estado, los poderes públicos? En buena lógica institucional y buen sentido democrático, no han de premiar.
El aporte a un país puede provenir tanto de un talento en bioquímica, una genial violonchelista o un insigne mecenas como de una viuda con dos hijos que mantener y a los que les inculca el esfuerzo y la responsabilidad. Esta viuda no tiene, además, por que observar cómo un gobierno da medallas, favores o prebendas a unos cuantos mientras ella y miles más tienen que esperar tres meses para que les hagan una ecografía. El dinero gastado en premios y homenajes, o embajadas culturales en ferias y festejos en el extranjero, con más de cien escritores y más de trescientos artistas del propio país (caramba, uno pensaba que no los había ni en el mundo entero, ¡cuánto hemos mejorado!), más valdría que fuera utilizado para crear plazas de guardería o distribuir libros de texto, amen de acortar los tiempos de espera en el hospital. Porque todos esos grandes, medianos y pequeños premios, ganapanes y sinecuras, distribuidos desde los diferentes niveles de gobierno en España, suman muchísimo dinero.
En el caso de Catlunya, es necesario ponerse a la altura y dejar de pensar todavía en términos de resistencialismo y endogamia, como si fuéramos el ombligo del mundo. Lo que nos parece que nos hace justicia y da brillo en el extranjero, con nuestro desbordante marketing cultural, en realidad nos presenta como a provincianos. De cien escritores holandeses de feria en Barcelona sólo harían aceptado venir una decena. Los otros estarían ocupados escribiendo. En tiempos de normalidad, dejémonos de honores y favoritismos. No casan con la res pública y rebajan nuestro valor, no lo alzan.
Articulo de Norbert Bilbeny publicado en » La Vanguardia» el pasado 3/3/07